Su disciplina desarrolla mejores componentes para aviones, medicinas y hasta se aplica en raquetas de tenis.
Por Valeria Román
A los 9 años, Roberto Salvarezza recibió un regalo que marcó hasta hoy su vida: un microscopio. Se lo dieron para que se entretuviera dentro del departamento donde vivía con su familia en Capital, pero él se lo tomó muy en serio. Se dedicó a la bioquímica, se fue y vino varias veces al extranjero, formó gente, y se convirtió en un pionero de las nanociencias en la Argentina. Su mirada se centra en comprender fenómenos que ocurren a escalas menores al tamaño de un pelo, y en buscar soluciones a problemas concretos.
Hoy, por todas sus contribuciones (tiene un curriculum vitae de 72 páginas) Salvarezza –de 60 años– será reconocido con el premio Fundación Bunge y Born, el más prestigioso y longevo galardón en las disciplinas científicas del país: se otorga desde 1964 y lo recibió el Nobel Luis Federico Leloir, entre muchos otros.
“Cuando cursé el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires, tuve buenos profesores de química y biología, y decidí dedicarme a la investigación científica. La vida me fue llevando hacia la físico-química”, contó al ser entrevistado por Clarín . Estudió en la UBA y luego pasó por todas las categorías de la carrera del Conicet (el más grande organismo público dedicado a la ciencia y la tecnología).
En mayo pasado, fue designado como presidente. Ha sido profesor e investigador visitante en distintas universidades europeas. Su producción científica abarca más de 280 artículos en revistas internacionales con referato.
Casado y padre de 4 hijos, Salvarezza reconoce que su campo de estudio es difícil de entender, pero afirma que puede explicarlo en el tiempo que lleva un viaje en ascensor en un edificio de 10 pisos.
“Desde la nanociencia y la nanotecnología, estudiamos la materia a muy baja escala y así la podemos manipular para desarrollar desde mejores componentes para aviones hasta vehículos de medicinas. Muchas aplicaciones ya están disponibles, como la raqueta reforzada en nanotubos de carbón que usó el jugador de tenis Roger Federer en el campeonato de Wimbledon en 2004. Hay mucho en camino, como por ejemplo nanopartículas para una terapia térmica para matar células enfermas, sensores para detectar contaminantes, o catalizadores más eficientes para energías limpias”, anticipó.
En 1992, tras su paso por España, otro microscopio llegó a su vida. Por supuesto, era muchísimo más sofisticado que el que recibió cuando era niño. Era el llamado “microscopio de efecto túnel”, y su instituto (el INIFTA en La Plata) fue el primero en tenerlo en el país. Era una máquina capaz de revelar la estructura atómica de las partículas, que le permitió llevar adelante trabajos originales.
Desde entonces, combinó una carrera dedicada tanto a la investigación básica como a la aplicada. Trabajó en equipo con biólogos, físicos, matemáticos y biotecnólogos. “Descubrir algo nuevo sigue siendo lo más deslumbrante”.
Fuente: Clarín